domingo, 22 de abril de 2007

DETERIORO SOCIAL DE LOS VALORES

Por Octavio Féliz Vidal
La sociedad dominicana y la humanidad en general dan gritos de mujer en parto cuando acontecen en ella hechos trágicos y deleznables para el bien común. El sentimiento de repulsa general es común cuando ocurre un acto terrorista con muertes de inocentes y hasta niños, o cuando jóvenes escolares toman en sus manos armas sofisticadas o no y arremeten contra sus compañeros de escuela y profesores. El repulsivo dolor que se siente en países desarrollados que presentan estas gráficas sociales, tan indicadoras del deterioro social, también se siente en países con menor desarrollo en los cuales los residuos del machismo generan muertes que escandalizan basados en el celo, la ignorancia y el abuso. Mata mujer, asesina niños con o sin suicido posterior es una noticia común que aparece con frecuencia en países subdesarrollados.

La estructura social que creamos parece que forma una paraestructura de dolor y abusos. Una violencia creciente, casi incomprendida. Una especie de hostilidad e irrespeto hacia la vida de otros. Un egoísmo exhacerbado que no pone límites en nuestras descargas de iras. No importa que sucumban diez o quince escolares, o que al quemar la casa, de la que fue la mujer de un monstruo escondido, se quemen 3 ó 4 niños inocentes por una simple molestia pasional.

La intolerancia que reina hacia las ideas de los demás crea un clima violento, un estado o situación que genera en acciones que por lo regular afecta a inocentes como forma de presionar a ciertos grupos para la concesión de exigencias políticas, económicas o sociales. Explotar una bomba contra niños es una idea horrible que seres salvajes ya han justificado, sin tomar en cuenta valores humanos hacia el respeto a la vida.

Allá, aquí o acullá el sentido de desprecio hacia la vida constituye un motivador esencial para cometer acciones tan incomprendidas. Las heridas que se autoinfringe la sociedad perforan un vientre social que no resiste la salida inminente de las visceras internas. Esa abrupta salida no se comprende si se toma en cuenta que es la misma sociedad que se perfora con una hostililidad salvaje a sí misma.

La sociedad ha puesto siempre metas sociales a las cuales se les da grandes premios, y si como establece Merton, el gran sociólogo americano, en el caso de EUA los métodos para conseguir la meta pregonada (la adquisición de dinero) no siempre está a la disponibilidad de la gente. Y además señala el autor no siempre la forma de conseguir esta meta es legal y quienes la persiguen tienen que utilizar diversos métodos en contra de la ley en un corolario que no puede excluir a la violencia. Pero esas metas sociales, a las que se da grandes premios, es antigua y ha venido cambiando algunos matices. Son los premios que de antaño se ofrecieron al soldado victorioso del imperio del momento o el reconocimiento social al sabio con aprobación política del estado. O son los grandes premios que recibieron los que ostentaron directamente el poder. Y ese sabor dulce que arrastra el poder y el éxito ha sido interpretado en las sociedades modernas como una meta a conquistar a cualquier precio.

Por eso vemos como se han conservado oficios que no debieron pasar la prueba del tiempo: Los sicarios modernos los hay hoy físicos y morales. Destruyen vidas y moralidades por paga. Tienen una profesión u oficio que realizan y van en busca de esos premios sociales. La sociedad de esta forma le da permiso a personas desaprensivas para que desarrollen personalidades criminales sin ningún control moral.

Ha transitado una educación social y moral que ha dado más valor a los atributos visibles que a los invisibles, a los valores que procuran el bienestar individual (egotismo) que a los que procuran el bien común. Se ha educado valorando más la apariencia que la esencia. Se procura dejar en un niño un hábito visible, material e individualista que un hábito de valor espiritual y que procure el bien común.

Muchos filósofos han creído que le han dejado un gran legado a la humanidad cuando en base a ciertos argumentos, aparentemente verosímiles, han quitado, con su aparente verdad, las bases morales que servían de soporte y contención a pasiones sociales reguladas. Otros se han propuesto destronar a Dios de su cetro obteniendo como ganancia la presencia de pequeños dioses miserables que desde las alturas cometen los más grandes abusos físicos y morales a la sociedad y a las personas.

El querer destronar a Dios de las esencias sociales ha traído también la exclusión de principios morales que han servido de regulación a la sociedad. Muchos valores se han ido perdiendo, siendo éste el punto miope de la actitud de quienes se han descubierto a sí mismos como dioses y arremeten hasta el incendio contra el emperador que ostentaba el poder, junto a sus estructuras e ideas. De la lucha ideológica precedente se ha ido debilitando una barrera moral y social fuertes, que se observa en el poco control de las familias frente a sus adolescentes, ya apoyados por diversas legislaciones, los cuales se inician en vicios diversos y violencias con pocas probabilidades de controles familiares exitosos.

La llamada revolución sexual, que se conoció por la década de los 60, fue una señal de lo por venir. Cientos de valores morales se han ido perdiendo en el camino. Y esos valores morales, vistos como inocentes prédicas morales, contienen (de contención) la convivencia humana en niveles soportables.

Religiones, estados y familias se han tenido que acoplar a cambios violentos en los valores morales tradicionales. Lo extraño es que cuando acontecen hechos luctuosos y dolorosos, para la conciencia mundial, olvidamos que previamente, y sin mucha violencia, le hemos ido dando muerte a valores como respetar la mujer del prójimo, no matar, no robar, la sexualidad heterosexual, respetar y amar al prójimo y sus bienes, y por sobre todo amar a Dios. De repente se globaliza la prostitución infantil, la delincuencia internacional, el narcotráfico, el crimen organizado: todos como vías de creación de riquezas, sin el menor cargo de conciencia de una o varias generaciones que se han ido educando con carencia de valores fundamentales y justificando cualquier acción por el bien particular e individualista.

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